El 16% de la población española tiene menos de 16 años, el 39,4 % entre 16 y 44 años y el 44,6 % 45 o más. La edad media de la población inscrita en el padrón es de 42,2 años Con este panorama, el futuro de España pinta blanco y arrugado, tan blanco como las canas que vamos a tener quienes lleguemos para contarlo, y tan arrugado como las «líneas de expresión» que delatarán nuestra experiencia.
Lo denso del tema no está en la manida pirámide demográfica invertida sino en las causas que nos están avocando a adoptar una postura tan incómoda. ¿Por qué no tenemos más hijos? La evolución natural de la población ha sido hacia la reducción del número de hijos concebidos a medida en que han mejorado las condiciones de vida y la medicina ha reducido el riesgo de mortalidad infantil, y también cuando hemos dejado de ver en los hijos el seguro de nuestro cuidado futuro. Ahora hombre y mujer tienen sus propias carreras profesionales, sus expectativas y sus prioridades, y en todas ellas –las de ambos- la maternidad/paternidad no tiene fácil acomodo.
He escuchado decir que ahora no nos gusta tener hijos, que no nos decidimos a ello hasta que estabilizamos nuestra situación profesional y económica y que las mujeres retrasamos la decisión de ser madres hasta rozar lo peligroso. ¿Dónde queda la responsabilidad del entorno? Ahora no tenemos enfermedades que nos diezmen a la prole pero sí un sistema fiscal que no acompaña, un modelo de horarios nada racionales y unas oportunidades de conciliación muy poco desarrolladas por las empresas y escasamente incentivadas por la Administración.
«Mi diana toca a las 6.30. A las 7.30 los niños se levantan, les aseo, les doy el desayuno y les llevo al cole. ¡Perdón, se me olvida la merienda! Vuelta a abrir la puerta, a coger el bocata y a bajar al garaje. El pequeño se resiste al cinturón. Dos voces, llanto in crescendo y suena el click que lo ata a la silla. Llegamos al cole, suelto el coche donde puedo y los dejo corriendo en la puerta. A las 9.30 entro a la oficina como si ya hubiera vivido la mitad de mi jornada –tengo horario flexible que sabe a gloria por la mañana y pesa como una losa por la tarde-. A las 18.30 salgo por la puerta porque no llego a bañarles; al cole ni lo intento. Antes de llegar a casa hago compra –farmacia, fruta, un cuaderno nuevo- y a las 19.30 por fin entro por la puerta ¡12 horas después de haber salido! No hay mucho tiempo para juegos. Baño a los peques, preparo la cena mientras ayudo a la mayor a hacer los deberes, unas risas frente al plato. Terminamos, recojo la cocina, les persigo para que se laven los dientes y a las 10.00 todos en la cama…¡yo incluida!. Al menos cumpliré con las 8 horas de sueño que recomiendan».
A pesar de esta vida vivida a trompicones tenemos 1,3 hijos de media que, cuando crezcan, habrán estudiado carreras para ejercer profesiones que ya no existirán. No me pidan que invierta el futuro si nadie me acompaña trabajando uno mejor desde el presente.
vía:observatoriorh
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